La puerca

Ayer me comi un bombóm árabe que tenía guardado desde la última vez que fui a buenos aires, en agosto del año pasado.
Era blando, rectangular y pequeño, como una especie de gomita ultra suave, como la textura de los que venden aqui en el bombóm oriental, esos de rosa, nuez que son sublimes (y valen tres lucas los cien gramos, por lo que no como mucho la verdad) pero estos tenian otro sabor y ademas.... estaban rodeados de pistachos partidos por la mitad.
No tenian fecha de vencimiento, aun que tampoco tenian marca ni ninguna otra cosa, así que omití lo de la bolcita un tanto más llena de aire de lo que recordaba y me lo serví lento pero no tanto recordando el aire, los colores y el ambiente porteño que ultimamente me llama. Es que es tan rico que lo tenia guardado para un momento especial, donde lo disfrutara al cien por ciento, y la añoranza de buenos aires junto a las ganas locas de algo dulce... era un momento especial.

Cinco minutos despues estaba en el baño por la siguiente media hora con la ventana abierta de par en par a pesar del frio invernal y esa sensación de nauceas tenues.

Pero nada terrible pasó, no me mori, no vomité y estube muy lejos de tener que llamar a los hermanos bross, un leve malestar que se pasó cuando me comi la mitad de un pan que trajo mi amado.

Igual es triste que tu estómago resista a cosas vencidas, a productos escolares tóxicos, a comidas de perro que ni el perro quiere comer, a hojas y plantas que no se comen y que después se mejore con un trocito de pan, en mi libro de turno leí que las antiguas ciudades portuguesas tenian chanchos sueltos y mancitos en las calles para que se alimentaran de los desperdicios que la gente tiraba por la ventana (incluido los baldes con desechos como los mios con la ventana abierta) era su sistema de manejo de basura, su camión recolector del vecindario.

Quisas en mi otra vida fui chancha portuguesa.