De enfermedades y divagaciones infantiles

Ayer después que escribí lo de abajo llegó mi hermano y le conté sobre la perra, entonces salió a verla y ella como esta enamorada hasta los huesitos de él se mejoró, no digamos que resucitó como lázaro pero movio su chongo y ahora camina derechiito que es mucho más de lo que hacia conmigo y hoy cuando salí a verla andaba comiendo nisperos secos y revolcandose en el pasto (yo creo que para sacarse el olor a perro enfermo que tenía, así que a alguien la espera un baño cuando este mejorada cien por cien) pero la mejor señal es que se comió casi toda su comida que no probaba desde ayer... y como me decía mi abuela cuando era chica... enfermo que come no muere.

Cuando era chica odiaba esa frase, significaba que al otro día volvía a clases, yo no era buena para faltar y no digamos que me revelaba mucho contra el colegio, a decir verdad tenía alma de china en esa época y no me cuestionaba nada (esa era la época en que yo era la estrellita del sur de mi padre, la regalona, la intocable... hasta que empecé a pensar... yo creo que mi padre quería una hija china) pero siempre venía bien un día con la cama de mis padres solo para mi (desde esa época me acuerdo que me gusta estar acostada bien tapada con la ventana abierta sintiendo la cara fria por el invierno y respirando ese airecito con lluvia... todavia me encanta) y levantarse tarde o no levantarse porque claro, hay muchos colegios que en básica entran el la tarde (como mi hermano) pero a mi me tenían que poner en el que entraba siempre a las ocho de la mañana desde primero básico y tenían que mandar a mi padre a dejarme que andaba siempre apurado por llegar a santiago y estabamos a las siete y media esperando que las monjas abrieran la puerta (yo creo que todos los días pensaba que no era tan terrible dejarme sola ahí en la vereda esperando que abrieran pero sabía que el reto que le llegaba de mi madre si se enteraba... mejor me acompañaba).

Parece que nunca hemos sido muy buenos para la cosa de los remedios en la casa, el botiquín de lo indispensable que tenía mi madre era con con dos tiras de pastillas y dos frascos de gotitas, unas eran las gotas para el dolor de guata y las pastillas de carbón por si la cosa se ponía peliaguda (con su historia ultraconocida de las pastillas de carbón y como salvaron a mi perro otto cuando era cachorro) la otra tira eran las aspirinas de niño, que dejaron de comprar cuando descubrieron que una señorita se escabullía cuando no la veian a comerse las aspirinas porque eran riiicas (también me escabullia a comer el jugo en polvo, la leche en polvo, el chocolate en polvo, la harina cruda con azucar, los polvos de hornear (hasta que una vez me traté de comer una cucharada demaciado grande toda junta y quedé con espuma en la boca como perro con ravia y entre el susto de que me costaba respirar y tratar que mi madrecita no se diera cuenta decidí nunca más comer polvos de hornear a cucharadas), la masa cruda, la carne cruda y mejor no sigo por la salud mental de los posibles lectores) y lo otro que habia eran las "gotitas milagrosas" que según mi madre eran infalibles para el resfrio y según yo con el puro sabor los bichos arrancaban de mi.

Ya, mucho pulular de ideas, la cosa es que mi perra o tiene la mejora que siempre llega antes de morir o se mejoró como corresponde en esta casa... a lo salvaje y en base a regaloneo.

Una de las fotos que recordé de pomaire, comiendo cosas legales